Llena de fuerzas y de
energías renovadas arriba la Revolución Cubana al aniversario 67 de los hechos
del Moncada, en un año cargado de retos y tensiones, al que sumó desafíos
extraordinarios la pandemia de la que nos recuperamos. La firme voluntad de
vencer propicia llegar con orgullo y optimismo a esta fecha, que celebraremos
con la prudencia requerida ante la situación sanitaria.
Con la fe puesta en la
bondad y grandeza de lo creado, ha vuelto a prevalecer la unidad del pueblo
cubano, la solidaridad y la disciplina en el cumplimiento de la estrategia
aprobada por el Partido, y conducida por el Gobierno y los Consejos de Defensa,
en lo que ha sido determinante la fortaleza de un sistema de Salud articulado
desde la comunidad, la participación del saber científico acumulado en la toma
de decisiones, el trabajo de las organizaciones de masas y el oportuno
seguimiento de nuestros medios de comunicación.
Enfrentamos este escenario a
partir de la obra ejemplar de Fidel, quien nos formó con una vocación humanista
y nos legó todo ese caudal de fuerzas integradas, e instituciones y
profesionales que han vuelto a demostrar la entrega digna y la capacidad
conmovedora de Cuba socialista.
Todo lo vivido es suficiente
para ratificar que el 26 de Julio marcó el inicio de una nueva era en la
historia cubana. Quienes no dejaron morir las ideas del Apóstol con ese colosal
asalto a la segunda fortaleza militar de Cuba, junto al cuartel Carlos Manuel
de Céspedes de Bayamo, han reconocido que nunca sospecharon, cuando en la
mañana de la Santa Ana se propusieron derrotar a la tiranía batistiana, haber
llegado hasta estos días tras más de seis décadas de lucha continuada, ni
siquiera cuando, en cumplimiento de la orden del Comandante en Jefe, entraron
triunfantes a Santiago de Cuba el primero de enero de 1959, exactamente cinco
años, cinco meses y cinco días después del Moncada.
Esos jóvenes de espíritu
diferente, a puro amor de hijos y desinterés de héroes, hicieron suya la causa
de los mambises que, en 1868, con Céspedes a la cabeza, iniciaron la guerra
contra el yugo español; como no abandonaron el ideal de Maceo y Gómez, con
quienes José Martí en 1895 retomó la gesta libertaria, hasta que la victoria
fuera usurpada con la intervención norteamericana.
Ni siquiera en esas
difíciles circunstancias se apagó la llama redentora, enarbolada por figuras de
la talla de Baliño, Mella, Villena, Guiteras y Jesús Menéndez, entre muchos
otros que no se resignaron a vivir con semejante afrenta.
Fue ese el afán que motivó a
la Generación del Centenario, bajo la conducción de Fidel, a asaltar los
cuarteles el 26 de julio de 1953, dispuesta a no tolerar, a cien años del nacimiento
de Martí, los crímenes y abusos de una tiranía sangrienta totalmente
subordinada a los intereses de Estados Unidos.
Luego del revés militar y
del vil asesinato de muchos de sus hermanos de lucha, lograron sobreponerse a
las vejaciones de la prisión, y convirtieron esta etapa en un aprendizaje
fecundo. Tampoco conocieron el descanso en el exilio en México, donde
prepararon la próxima y decisiva etapa de batalla tras desembarcar en el yate
Granma.
También soportaron el duro
golpe de Alegría de Pío y se adentraron en la Sierra Maestra para empezar la
contienda guerrillera del naciente Ejército Rebelde, cuyo Comandante en Jefe,
con su indiscutible liderazgo, supo forjar la unidad de todas las fuerzas
revolucionarias y conducirlas a la victoria del primero de enero de 1959.
Se iniciaba entonces otra
etapa que estremecería los cimientos de la sociedad cubana. Las premonitorias
palabras de Fidel, expresadas el 8 de enero a su llegada a La Habana, no
tardaron en hacerse realidad: «La tiranía ha sido derrocada, la alegría es
inmensa y sin embargo queda mucho por hacer todavía…».
La Revolución heredó un
cuadro de desgobierno, corrupción, analfabetismo, prostitución, miserias y desigualdades.
En La historia me absolverá,
Fidel denunció con cifras que no admitían réplica la dramática situación de
nuestro pueblo, 55 años después de la intervención norteamericana.
A partir del cumplimiento
del Programa del Moncada, el pueblo fue dueño de la tierra, las industrias y
las viviendas, se alfabetizó y se construyeron escuelas y universidades, se
prepararon médicos para Cuba y el mundo, y se sentaron las bases para
democratizar los espacios de creación, difusión y acceso a la cultura. En
esencia, se hizo realidad el profundo anhelo martiano, que preside la nueva
Constitución, del culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre.
La Revolución, como
expresara nuestro Primer Secretario del Comité Central del Partido, General de Ejército
Raúl Castro, puso fin a varios mitos, entre ellos, el de que no era posible
construir el socialismo en una pequeña isla a 90 millas de Estados Unidos. Una
Revolución que no fue consecuencia de una confrontación internacional, que no
se limitó a la sustitución de un poder por otro, sino que disolvió la
maquinaria represiva del régimen dictatorial y sentó las bases de una sociedad
nueva, así como construyó un ejército que es el pueblo uniformado, y elaboró,
para defenderse, su propia doctrina militar, la guerra de todo el pueblo.
En una comprensión que puede
ser más honda, es imposible olvidar los heroicos sacrificios ante la larga
lista de hechos que se han debido enfrentar, como el fomento y la organización
del terrorismo de Estado mediante el sabotaje y el bandidismo financiado por el
Gobierno norteamericano; la ruptura de relaciones diplomáticas por todos los
países latinoamericanos, con la honrosa excepción de México; la invasión de
Playa Girón; el genocida bloqueo económico, comercial y financiero; la masiva
campaña mediática difamatoria contra el proceso emancipador y sus líderes, en
especial contra Fidel, objetivo de más de 600 planes de atentado; la Crisis de
Octubre; el secuestro y ataques a embarcaciones y aeronaves civiles, y las
canalladas que han provocado el terrible saldo, hasta ahora, de 3 478 muertos y
2 099 incapacitados.
Estos últimos 62 años han
estado marcados singularmente por la incesante lucha frente a los designios de
12 administraciones estadounidenses, que no han abandonado los propósitos de
cambiar el orden político, económico y social que hemos elegido; apagar el ejemplo
de Cuba en la región y el resto del mundo, y reinstaurar el dominio
imperialista sobre nuestro archipiélago.
También recibimos el abrazo
noble y generoso de muchos pueblos hermanos, al tiempo que hemos brindado
nuestra solidaridad en distintas regiones, tanto en las gloriosas misiones
internacionalistas como en los programas de colaboración médica, educacional,
deportiva y en otras esferas, haciendo valer la altura del amor de Martí hacia
la humanidad.
El pueblo heroico de ayer y
de hoy, orgulloso de su historia y cultura nacionales, se fue curtiendo en
difíciles frentes, y ha sabido hacer mucho con muy poco sin desalentarse.
Prueba decisiva fue su tenacidad y su inconmovible firmeza durante el período
especial a que nos vimos sometidos como consecuencia de la desaparición del
campo socialista y de la Unión Soviética, en medio de la ola de incertidumbre y
desmoralización que esos dramáticos acontecimientos generaron en buena parte de
las fuerzas progresistas.
Cuando nadie en el mundo
habría apostado por la supervivencia de la Revolución, este pueblo resistió y
demostró que sí se puede sin hacer concesiones en sus principios éticos y
humanitarios, y mereció el inestimable apoyo de los movimientos de solidaridad
que nunca dejaron de creer en el ejemplo que emana de la actuación de nuestra
gente.
La historia ha colocado los
hechos y los protagonistas en su lugar, a pesar de que la ultraderecha en la
Florida se empecine en arreciar la política de Estados Unidos contra Cuba, para
beneplácito de las fuerzas más hostiles de ese gobierno.
Con el ánimo de promover
rupturas generacionales y la incertidumbre para desmantelar desde dentro al
socialismo, también se afanan en vender a los más jóvenes las supuestas
ventajas de prescindir de ideologías y conciencia social.
Hemos dado pruebas
suficientes de que el socialismo lo defendemos porque creemos en la justicia,
en el desarrollo equilibrado y sostenible, en la solidaridad y en la democracia
del pueblo y no en el poder del capital; repudiamos las manifestaciones de discriminación
y combatimos el crimen organizado, el narcotráfico, el terrorismo, la trata de
personas y todas las formas de esclavitud, y defendemos los derechos humanos de
los ciudadanos.
Cuba no solo libra grandes
batallas en el campo de las ideas, se enfrenta además a problemas asociados a
la crisis mundial, quizá la más aguda que haya vivido la humanidad a partir de
esta pandemia, a lo que se añade como invariable telón de fondo la redoblada
agresividad del Gobierno de Estados Unidos, que promueve sistemáticas acciones
para obstaculizar el desempeño de la economía nacional y asfixiar al pueblo.
Con el conjunto de medidas
concebidas para enfrentar las actuales condiciones de la economía nacional y,
sobre todo, dinamizarla, crece el desafío de comprender los alcances de esta
transformación orientada además a la defensa de la soberanía y a la exploración
de caminos hacia el desarrollo.
Pese a enemigos y
manipuladores, pese a quienes todavía no lo entienden, el pueblo cubano hará
valer otra vez, como en aquel histórico 26, la suprema fortaleza de su
espiritualidad en su búsqueda incansable de un mejor país. Esa herencia
conmovedora, que marca nuestros pasos desde el fervor que concita, también
ilumina el porvenir de nuestra Revolución, dueña de una fuerza arrasadora en la
persecución de un ideal, de la defensa infinita de la justicia y belleza
colectivas.
Cuando la gesta del Moncada
es presencia viva en la memoria y en el aliento renovado, Cuba cuenta con toda
su gente y, muy especialmente, con la sabiduría y fuerza apasionada de sus
jóvenes, en quienes habita el fulgor perenne de los que a su edad supieron
derrumbar los muros de la ignominia para enaltecer el alma de la Patria.
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